Por Miguel Calvo
El cielo del estadio olímpico de Río
Acostumbrado a vivir en lo más alto posible, el pequeño Renaud Lavillenie será el encargado de decidir a qué altura se colocará el cielo del estadio olímpico de Río.
Si el francés ofrece su mejor versión, la del maravilloso pertiguista que fue capaz de superar la frontera del mismísimo Bubka (6,16 metros en el invierno de 2014), será imposible encontrarle un rival y a buen seguro reeditará su oro de Londres 2012. Pero si el atleta entrenado por Philippe D´Encausse vuelve a caer preso de la maldición que hace que todavía no se haya proclamado campeón del mundo al aire libre, o repite su decepcionante actuación en el europeo de Amsterdam (incapaz de saltar 5.60 metros en su primera altura que le hubiese dado directamente el título, su inicio de competición más bajo de este verano de 2016 en el que ya ha subido hasta 5.96 metros), el abanico de posibilidades queda tan abierto que, por debajo de los seis metros, de nuevo tendrán mucho que decir los jóvenes que ya han saltado más de 5.90 este verano, como son el campeón del mundo Shawn Barber y el estadounidense Sam Kendricks.
El récord olímpico se sitúa en 5,97 metros desde la victoria de Lavillenie en Londres 2012 y, dicha barrera, puede ser un buen termómetro para calibrar si la competición será emocionante y peleada – en caso de que dicho récord quede lejano – o si, en cambio, como vimos en Portland este invierno, Lavillenie solo tendrá que esperar a que terminen todos de competir para empezar su verdadero espectáculo – en caso de que el francés esté tan inspirado como para elevar el récord olímpico por encima de los seis metros-.
En todo caso, el recuerdo de que las tres últimas grandes competiciones internacionales – Londres, Moscú y Pekín -han sido ganadas por tres atletas distintos – Lavillenie, Holzdeppe y Barber -; la reciente decepción de Lavillenie en Amsterdam y su maldición mundialista; el hecho de que nunca nadie haya sido capaz de repetir oro olímpico en esta prueba; y la dificultad de una final olímpica -16 atletas han alcanzado los seis metros pero ninguno lo ha hecho en una final de este calibre -, nos recuerdan que, lejos de la importancia de la marca, todo es posible cuando se trata de buscar el cielo del estadio olímpico
En mujeres, Río se plantea como una bonita pelea entre el presente, el pasado y el futuro.
Por una parte, la cubana Yarisley Silva (recientemente campeona del mundo en Pekín, bronce en Moscú y plata olímpica en Londres) parece estar un escalón por encima del resto y, a pesar de no ser la líder mundial del año, por palmarés es la favorita para demostrar que el presente le pertenece, por encima de las atletas que fueron y de las que serán.
Desde la veteranía, la rivalidad será tal que Silva tendrá que derrotar al fantasma de Isinbayeva, con toda la problemática rusa, y a otras dos de las mejores pertiguistas de toda la historia: la estadounidense Jennifer Shur, siempre más deslumbrante bajo techo (5.03 este invierno) pero vigente campeona olímpica; y la brasileña Fabiana Murer, dura competidora, y con la motivación de despedirse en unos Juegos Olímpicos en su casa.
Desde la juventud, el futuro está garantizado con la griega Ekaterini Stefanidi (4.86m), una de los nombres propios del verano, y la estadounidense Sandi Morris, reciente líder del año con 4.93 y segunda mujer de todos los tiempos al aire libre tras Isinbayeva. Tan solo será cuestión de ver si están ya en condiciones de asaltar el presente o si todavía tienen que esperar el próximo ciclo olímpico.
Apuesta Pasaporte: Yarisley Silva (oro); Fabiana Murer (plata); Jennifer Shur (bronce)
Renaud Lavillenie (oro); Shawn Barber (plata); Sam Kendricks (bronce)
Las nuevas oportunidades y Javier Sotomayor como regalo
Como quien comienza por el final, tras los Juegos Olímpicos de Londres, Ruth Beitia decidió poner fin a su carrera. Cuarta en la capital londinense, a un paso de la medalla, la cántabra dijo adiós y comenzó a disfrutar de la vida que hay más allá de la alta competición: la playa, sus amigos, su afición por el patinaje de velocidad… Pero entrado el invierno, llegaron las lluvias y, como una señal, lo cambiaron todo. Beitia, ajena a gimnasios y lugares cerrados, no aguantó estar parada y volvió a saltar junto a su entrenador de toda la vida, Ramón Torralbo, en lo que, con la perspectiva de los años, ha sido una de las decisiones más importantes de la historia del atletismo español.
Como quien comienza a disfrutar de una nueva oportunidad que te regala la vida cuando menos te lo esperabas, Beitia ha encontrado su mejor versión, llena de equilibrio y madurez. Desde ahí, han comenzado a llegar lo éxitos y, lejos de toda la presión, la mejor atleta española del siglo XXI tan solo se ha dedicado a disfrutar cada oportunidad y a sonreír. Tanto que acaba de proclamarse campeona de Europa por tercera vez consecutiva, algo que ni siquiera logró la recientemente fallecida Iolanda Balas.
Esta primavera se conocía el positivo de Anna Chicherova en Pekín 2008, que a su vez puede dar a Beitia el bronce en Londres, pero, en todo caso, como premio final al tiempo extra que la lluvia nos regaló a todos, Río se plantea como el mejor escenario posible para culminar una bonita historia de justicia olímpica y poética.
Pero más allá de melancolías, el reto es tan apasionante y complicado que enfrente esperan las estadounidenses Chaunté Lowe y la jovencísima Vashti Cunningham (18.01.1998), con todo el futuro abierto de par en par, y un buen grupo de saltadoras europeas en el que se encuentran la alemana Marie-Laurence Jungfleisch, que acaba de saltar 2.00 metros, la polaca Kamila Licwinko (1.99 metros antes de Amsterdam), y otras atletas como las italianas Desiree Rossit y Alessia Trost, la ucraniana Oksana Okuneva, la búgara Mirela Demireva, la croata Ana Simic y la lituana Airine Palsyte.
Junto a las segundas oportunidades, otro de los premios gordos sobre los que más hemos hablado y escrito este ciclo olímpico es el récord del mundo de Javier Sotomayor (2,45 metros en Salamanca el 27 de julio de 1993).
El apogeo se produjo durante 2014, con cinco atletas por encima de 2,40 metros y una frenética carrera entre el qatarí Mutaz Essa Barshim y el ucraniano Bohdan Bondarenko por ver quién era el primero en conseguirlo, dando por hecho, como si se tratase de la carrera por ser el primero en subir al Everest, que la gesta solo era cuestión de tiempo.
Tras muchos intentos no se consiguió hacer cima y, con el consiguiente agotamiento, 2015 fue una temporada de resaca, lejos de la fiesta del año anterior. 2016 puede ser un gran año para establecer un punto aparte y, entre los fantásticos saltadores de los que podemos presumir en la actualidad, la final de Río asoma como un inmejorable escenario para recobrar la ilusión y para que, a pesar de la desafortunadísima lesión del italiano Tamberi, Río sea el punto de inflexión desde el que Barshim y Bondareko comiencen a encontrar la tranquilidad y la madurez necesaria para, lejos de agotadoras carreras, ir mentalizándose de que subir a la cumbre siempre es un desafío estrictamente personal contra las fronteras de uno mismo.
Apuesta Pasaporte: Chaunté Lowe (oro), Ruth Beitia (plata), Vashti Cunningham (bronce)
Mutaz Essa Barshim (oro), Bohdan Bondarenko (plata), Derek Drouin (bronce)
Explosiones por partida triple en el pasillo de salto
Lejos de los tiempos en los que Jonathan Edwards nos enseñó que el triple salto es todo un ejercicio de fluidez, tan liviano, tan estético, el pasillo de saltos se ha convertido en los últimos años en una exhibición de explosividad, de aceleración y de desbordante energía, con un profundo cambio, incluso, de los mapas para la búsqueda de talento, cada vez con mayor aroma caribeño.
Sobre esto sabe mucho Caterine Ibargüen. En los Juegos Olímpicos de Londres, la colombiana ganó la medalla de plata, solo superada por Olga Rypakova y, desde ese momento, pareció conjurarse para no volver a perder. Al menos, en vísperas de Río, acumula más de treinta victorias consecutivas, dos títulos de campeona del mundo en Moscú y Pekín y la quinta posición en las listas mundiales de todos los tiempos (15,31 metros), lo que la convierte en uno de los valores más seguros en las casas de apuestas.
Junto a ella, la aparición de Yulimar Rojas ha sido uno de los acontecimientos más refrescantes de los últimos meses. Todo talento y energía, como un caballo salvaje, la venezolana es una maravillosa visión de fuerza en el pasillo y, mientras comienza a pulirse técnicamente, con mucho trabajo por delante pero unas condiciones de partida absolutamente ilusionantes, es todo un espectáculo verla saltar con el mítico Iván Pedroso dirigiendo sus vuelos desde la grada.
Edwards, cuyo récord del mundo (18,29 metros) ya ha superado los veinte años de vigencia (07.08.1995), está siendo testigo de excepción de los nuevos tiempos.
El pasado verano en Pekín, el estadounidense Christian Taylor, muy rápido y fuerte pero con un salto más eficiente que académico, se convirtió en el hombre que más se ha acercado a su récord del mundo, a solo ocho centímetros (18,21 metros) de la marca del británico, lo que le convierte en el principal favorito en Río, donde sueña con alcanzar una de las barreras más reconocibles del atletismo actual, a pesar de que este año solo ha llegado a 17.78 metros y que se vio superado en los trials estadounidenses por Will Claye.
Y si de descaro hablamos, el joven Pedro Pablo Pichardo, puro ritmo, fiel reflejo de la escuela cubana, ya sabe también lo que es superar los dieciocho metros. Ausente toda la temporada sin poder saltar por lesión, el comportamiento del cubano es toda una incógnita en Río, donde seguro que no estará Teddy Tamgho, el francés maldito al que su propia fuerza y explosividad en estado puro, le convierten en preso de su propio cuerpo, incapaz de contener tanta energía mientras alterna gravísimas lesiones con tremendas explosiones y registros, como si cada competición fuera una ruleta rusa de la que solo puede salir victorioso o en camilla.
Hace más de veinte años, Edwards descubrió que lo mejor del triple salto no es saltar, sino aprovechar la velocidad y encadenar cada contacto con el suelo como una parte más de la carrera, tan natural, tan fácil.
Eso lo sabe perfectamente Pablo Torrijos, el español que acabó finalmente con la barrera de los diecisiete metros y que ahora sueña con una final olímpica, mientras que recuerda, como si de un póster se tratara, que admira a Edwards y que se emociona con el italiano Donato, pero que, como nos ocurre a todos, no puede dejar de mirar maravillado a los nuevos triplistas, quienes no entienden de más fronteras que allí donde está la fuerza y el talento. Aunque, como ocurre con las mayores explosiones, sean tan efímeras, como la salud de Tamgho.
Apuesta Podium: Caterine Ibarguen (Oro), Yulimar Rojas (Plata), Olga Rypakova (Bronce)
Christian Taylor (Oro), Will Claye (Plata), Pedro Pablo Pichardo (Bronce)
La longitud según Carl Lewis
Haber sido uno de los mejores atletas de toda la historia y llamarte Carl Lewis, otorga a uno el derecho de hacer las valoraciones que consideres oportunas, aunque sean tan poco políticamente correctas como las declaraciones que hizo el hijo del viento el pasado mes de marzo: “el salto de longitud es la disciplina más floja de todo el panorama internacional en estos momentos”.
No seremos nosotros los que contradigamos a Carl Lewis, pero si creemos que sus declaraciones admiten muchos matices, a pesar de que está claro que no nos encontramos en una época de grandes mitos en la prueba ni de la posibilidad de que veamos marcas cercanas a los actuales récords del mundo, como si ocurre, al menos en categoría masculina, en las tres disciplinas de saltos restantes.
Para empezar, en la categoría de mujeres, la disciplina llega en un gran momento tras la final del pasado Campeonato del Mundo, donde, por primera vez desde 1991, tres mujeres superaron la barrera de los siete metros en un mundial – 7,14 metros la estadounidense Tianna Bartoletta (que en Río correrá los 100 metros y saltará longitud), 7,07 metros la británica Shara Proctor y 7,02 la serbia Ivana Spanovic -.
Junto a ellas, y asegurando lo que será una competición emocionantísima, la estadounidense Brittney Reese – 7,31 metros de marca personal en los trials olímpicos estadounidenses-, defenderá en Río su título olímpico conseguido en Londres, en un gran momento tras ganar el mundial indoor de Portland y tras acumular muchas ganas de revancha tras el mundial de Pekín, sin olvidar a dos saltadoras más que vienen de hacer mejor marca personal por encima de los siete metros esta primavera: la alemana Sosthene Moguenara – 7,16 metros – y la joven australiana Brooke Sratton – 7,05 metros-.
En hombres, Carl Lewis menospreció en sus declaraciones a Greg Rutherford, como ejemplo de que el dominador de la escena actual no admite comparación con los mejores saltadores de la historia. Pero el británico merece más que un respeto, máxime cuando junto a Daley Thompson, Linford Christie, Sally Gunnell y Jonathan Edwards son los únicos cinco atetas británicos que han sido capaces de ganar todas las pruebas del grand slam que conforman las finales olímpicas, mundiales, europeas y de la Commonwealth. Cierto es que, como dice Lewis, Jesse Owens hubiese conseguido una medalla en los Juegos Olímpicos de Londres con su mejor marca conseguida ochenta años antes, pero no es menos cierto que Rutherford es tan gran competidor que, una vez más y por derecho propio, se presenta como máximo favorito.
Por otra parte, el hecho de que no nos movamos en una época de grandes marcas asegura una competición muy igualada, donde la emoción está servida y donde un amplio abanico de atletas van a aspirar a medalla. Como hicieron en el pasado mundial de Pekín el australiano Fabrice Lapierre y los chinos encabezados por Xinglong Gao. O como aspiran a hacer el campeón americano Jeff Henderson, los explosivos y jóvenes estadounidenses Jarrion Lawson y Marquis Dendy, o el sudafricano Rushwal Samaai, tras su definitiva irrupción esta temporada.
Apuesta Podium: Brittney Reese (Oro), Tianna Bartoletta (Plata), Ivana Spanovic (Bronce)
Greg Rutherford (Oro), Jeff Henderson (Plata), Jarrion Lawson (Bronce)
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