Coloma cierra los Juegos con un bronce sorpresa
Ángel Vázquez, @PasaporteJJOO
Anunciaron su nombre con el orden de los apellidos invertido; no era importante, intrascendente. En un solo paso se subió al tercer cajón, el más bajo, el que está más cerca del suelo, pero no en él. Afirmó con la cabeza a alguien que gritó su nombre, quizás, y luego saludó con su mano derecha mientras esbozaba una tibia sonrisa, tímida, comedida; luego lo hizo con la izquierda.
Justo antes de que le colgaran la parte más material del sueño, el riojano, con las manos en la espalda, empezó a llorar desconsoladamente como aquel niño que se cae de la bicicleta, como aquel niño que llora tras su primera derrota, como aquel adulto que sabe que está haciendo realidad el sueño por el que tanto luchó y que imaginaba, en el fondo y de manera errónea, que nunca lograría.
Entonces, volvió a coger su tesoro con la mano derecha y se santigüó con ella una primera vez mientras la besaba, cual amante reencontrada, desesperadamente, ansioso, loco por verla, por poseerla, por hacerla suya mientras daba las gracias a Dios sabe quién. Algo le dijo a uno de los que por allí andaba, agradecido. Luego, al poco, mostró al respetable, orgulloso, lo que había conseguido mientras la apoyaba nuevamente en su frente de ceño fruncido por el llanto y la usaba para volver a dar gracias en forma de señal de la cruz.
Más tarde y también más calmado pero no menos emocionado, volvió a colocarse con las manos cruzadas en la espalda y esperó que otros recogieran el premio a su trabajo.
Atrás, algo más de hora y media de intensa carrera en la que el riojano, de nombre Carlos Coloma, zurzía el descosido de sus otras derrotas olímpicas para bordar de bronce una trabajada e inteligente tercera posición en los Juegos de Río. Atrás, algo menos de cuatro años, un difícil ciclo olímpico con lesión incorporada que se cerraba con un pase de pecho de izquierda y derecha -y algo más- al cruzar la línea de una meta que fue riojana una tarde de invierno carioca.
Luego, cuando bajó del pódium, Carlos mostró otra vez orgulloso su tesoro, su medalla, mientras con la otra mano señalaba la bandera que su polo dibujaba. Lo demás, superfluidad de un día dorado para el deporte español.
Por cierto, Schurter se colgó el oro por delante de Kulhavy. Tras Carlos, cuarta plaza para un Marotte que, por unos momentos, intentó usurparle su parte de gloria al bueno de Coloma. Perdonado. David Valero cuajó una magnífica carrera acabando 9º, seis posiciones mejor que José Antonio Hermida, 15ª en sus quintos Juegos Olímpicos. Otro grande el pistolero.
Comentarios recientes